Hna. Yanira Catrilef , GELC USS

Alabo y bendigo el nombre de Dios ya que me concede el gran privilegio de ser su hija. Desde muy pequeña contemplé su forma maravillosa de actuar en medio de su pueblo. Con el tiempo, estando en cuarto medio y viéndome enfrentada a decisiones importantes, sentí la necesidad de Dios, en mi había algo que me hacía buscarle en oración por las mañanas en medio de la capilla del colegio, sin importar que fuera católico y tener a las religiosas rezando en el mismo recinto. Fue así como en medio de las postulaciones universitarias recibí la invitación a la convención GELC. Hasta ese entonces, no sabía muy bien de qué se trataba, no quería ir, ya que me sentía fuera de lugar, sin embargo, Dios mediante un instrumento me dijo que había una bendición para mí en ese lugar y que debía ir a buscarla. Fue mi primer acercamiento con GELC. Al llegar, vi mucha juventud, se sentía un ambiente extraño y dulce a la vez, ahora comprendo que era la presencia del Señor que se mecía en ese lugar. Esa noche, sentí caer mis lágrimas tras recibir la palabra de Dios y ver mi condición tan deplorable. Al día siguiente, en la reunión de la noche se nos hacía un llamado a guardar irreprensiblemente todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Posterior a la exhortación de la palabra, estaba inquieta ante mi condición y clamaba a Dios, porque sabía que Él tenía algo para mí. En ese momento, en medio de la manifestación de su Santo Espíritu, sentí algo potente que me traspasó que había salido del altar. Caí en llanto a la presencia del Señor en ese mismo lugar, ahora puedo decir que era el llanto del recién salvado. Luego pasé al altar y oré a mi Dios, agradeciendo por lo que estaba viviendo y a la vez, pidiendo que fuera una obra completa y que, si era su voluntad, también me bautizara con su Santo Espíritu. En medio de esa oración sentí ese fuego Santo descender de lo alto, caía desde mi cabeza, pasaba por mis hombros, brazos, hasta los pies, era algo tan grande e inexplicable, sentía que mi pecho ardía en ese lugar. Fue ese sábado 14 de enero del año 2017, cuando recibí la bendición prometida por el Señor, en aquella convención GELC de la Zona Sur Costa. Desde ese día, junto con el nacer de nuevo, nació en mí el amor a este hermoso Ministerio Evangelístico Estudiantil (MEE). Llegó marzo, y comenzamos a congregarnos en la universidad, me gozaba en ver el hermoso trabajo que se realizaba, reuniones, oraciones, estudios bíblicos, campañas evangelísticas y las predicaciones persona a persona. Al principio no sabía como predicar, no sabía como utilizar los tratados, pero nuestro buen Dios escuchó mis oraciones y con el tiempo me fue enseñando como hacerlo; me fue instando a participar, aún a esperar las reuniones cuando eran mas tarde de mi horario de salida y por tiempo no llegaba a mi iglesia. Gracias también doy a Dios porque me ha permitido conocerle y ver su gloria en gran manera, de forma personal, como un Dios proveedor, ha cubierto mis necesidades materiales a lo largo de mi carrera universitaria, todos los materiales e instrumentales con los que me desenvuelvo, me los ha dado el Señor. Le he visto como un Dios de poder, que sana los enfermos, viendo y viviendo grandes sanidades. He degustado de su protección espiritual y física, ya que con su mano de misericordia me ha librado más de una vez de accidentes automovilísticos de regreso a mi hogar. He visto abrirse puertas donde nadie podría abrir.  Cuento esto para aumento de fe, para dar ánimo a la juventud caída y/o desanimada, para alentar a jóvenes y señoritas a que participen de este hermoso ministerio evangelístico, a esforzarnos y ser valientes para tomar la bandera del evangelio aferrándonos a las palabras de Jesús en San Lucas 8:39 “Vuélvete a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo. Y él se fue, publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con él”. Nuestro buen Dios nos ayude para contar tales maravillas en nuestras casas de estudio.  

Para mi buen Dios, que vive y reina, sea la honra, la gloria y la suprema alabanza, por los siglos de los siglos. Amén.

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