Testimonio Danae Valenzuela, Curicó

A Dios le doy gracias en primer lugar porque me da la vida y la salud, por esta oportunidad de escribir sobre mi encuentro con Dios.

Desde pequeña, junto a mis dos hermanos, mi mamá nos llevó a la iglesia, pero lo hacía por costumbre, ya que en ella aún no había ese deseo ferviente de servir a Dios, sino que lo hacía para acompañar a mi abuela. Nosotros como niños, íbamos sin tener un mayor interés, pero aun así escuchábamos el mensaje de la palabra de Dios y adquiríamos las enseñanzas. Muchas veces escuchamos de la venida del Señor y eso me causaba algo de temor, pero luego lo olvidaba. Hasta que, en el terremoto del 2010, el Señor, aparte de estremecer la tierra, estremeció nuestros corazones y nos dimos cuenta que no queríamos quedarnos cuando Dios viniera, así que en ese momento comenzó el deseo de buscar más de Dios.

En uno de los servicios escuché de la salvación, que, para irnos con Dios, debíamos tener la salvación que era personal, así que empecé en oración a pedírsela a Dios, y luego de 1 año, mi petición fue contestada. Ese día teniendo 9 años, fue el día más feliz de mi vida, porque aquella niña se reconoció como pecadora y pasó a ser llamada hija de Dios, ese título es el que más me gusta, porque no lo merecía, sin embargo, Dios así lo quiso.

Hoy puedo decir que han pasado los años y Dios no me ha dejado, he visto su ayuda, su protección y como dije, sin merecer nada, ha cumplido sus promesas.

Una de las cosas que más me gustan hacer, es hablarles a las personas de Dios, contarles que hay uno que entregó a su hijo, por todos nosotros, para darnos vida eterna, y eso es lo que con GELC he podido hacer, llevar el mensaje del evangelio a muchos jóvenes que van pasando por momentos difíciles y presentarles esta bendita solución.

Con mucha gratitud en mi corazón, para mi Dios que vive, sea toda la honra, la gloria y la alabanza, amén.

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